sábado, 6 de junio de 2009

Salid de Babilonia: Un llamado a la humildad


Apoc. 14:8 y 18:1-5

Mensaje del 2º ángel. Se repite en el mensaje del 4º ángel: es el último mensaje; no hay otro después de él.

Dice en esencia: ‘Salid de Babilonia’ (en sentido espiritual)

*Es una amonestación divina a que su pueblo se mantenga separado de Babilonia.

*Es también un mensaje que hemos de dar a personas que están aún en Babilonia, a fin de que salgan de ella. Son personas a las que Dios ve ya como "pueblo mío".

Cuanto más cerca estamos del fin, más importante es comprender en qué consiste Babilonia. ¿De dónde, o de qué hay que salir? ¿Qué es lo que hay que evitar?

Si leéis el libro ‘El conflicto de los siglos’, comprenderéis que Babilonia es una institución compuesta por una madre y por sus hijas. La identificación es inequívoca. Es exactamente tal como el libro dice, y os animo encarecidamente a que lo leáis. Cuanto más avanza el tiempo, más actualidad tiene su mensaje. No basta con "haberlo leído": ¡El Conflicto siempre hay que leerlo otra vez!

Ahora bien, podemos conformarnos identificando a Babilonia con una institución -o con varias-, y pasarnos desapercibida la esencia de lo que constituye Babilonia. Podemos dormitar confiados en que poseemos algún tipo de inmunidad a Babilonia, puesto que no pertenecemos a ella como institución.

Pero hay un problema:

En Apoc. 17:5 y 6 leemos que: "[tiene] En su frente un nombre escrito: ‘Misterio, Babilonia la grande, la madre de las fornicaciones y de las abominaciones de la tierra’. Y vi a la mujer embriagada de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús: y cuando la vi, quedé maravillado de grande admiración".

¡Y quién no se sorprende! Es un poder perseguidor formidable. Es lo opuesto a Dios: simboliza la capital del reino del mal de Satanás, así como la Jerusalem celestial es capital del reino de Dios. La profecía la presenta como ebria de la sangre de los mártires.

Pero en Apocalipsis 18, cuando describe la destrucción de Babilonia, especifica más, y da un detalle muy importante (vers. 24): "En ella fue hallada la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra".

En Babilonia se encuentra toda la sangre derramada en la tierra, pero se cita a un grupo especial: "la sangre de los profetas".

¿Quién mató a los profetas? ¿Fueron los filisteos, los caldeos, los egipcios, los asirios...?

La Biblia especifica que al llegar el día de su ajuste de cuentas, la sangre de los profetas se encuentra en Babilonia. Pero, ¿quién mató a los profetas? ¿Podemos dejar que sea el propio Jesús quien responda?

Mat. 23:37: "¡Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti!"

El texto no dice que Jerusalem sea Babilonia, ni que lo fuese jamás, pero queda claro que Jerusalem no fue inmune, no es inmune al espíritu de Babilonia, puesto que cedió a la persecución, que es el fruto amargo y constante que acompaña invariablemente a Babilonia.

Nuestro objetivo hoy no es identificar a Babilonia, la institución, sino identificar cuál es el principio fundamental que define a Babilonia; cuál es la característica básica y esencial, a fin de "salir de ella". Puesto que Babilonia representa lo opuesto a Dios, comprenderla correctamente nos ayudará a conocer mejor el camino del Señor, camino al que debemos invitar a quienes demos el mensaje del segundo y del cuarto ángeles de Apocalipsis.

Leemos que "ha caído Babilonia". Para comprender en qué consiste ese estado de caída espiritual de Babilonia, hay que analizar cómo cayó la Babilonia literal.

En el capítulo 4 de Daniel, Nabucodonosor, rey de Babilonia, da testimonio personal de su conversión. El propio rey refiere su fascinante experiencia. Relata su sueño, la interpretación de Daniel, y su cumplimiento, pero sobre todo la causa de todo ello.

Ved cuál era el espíritu del monarca, en el versículo 30 (el espíritu de Babilonia):

"Habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia, que yo edifiqué para casa del reino, con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi grandeza?"

Le costó andar siete años como los animales y ser temporalmente desposeído de su razón, pero aceptó la lección. La gloria del hombre fue abatida hasta el polvo, se humilló, y aunque no disponía del libro de Apocalipsis, oyó el mensaje de los tres ángeles cuando confesó (vers. 37):

"Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo [ya no se engrandecía a sí mismo, no pensaba en su gloria, sino en la gloria de Dios], porque todas sus obras son verdad, y sus caminos juicio; y humillar puede a los que andan con soberbia". Como ya predecía el sueño profético del rey (vers. 26), no se trataba aún de la caída de Babilonia, sino de una advertencia divina, que fue recibida con provecho por aquel gran monarca. En Jeremías 25:9, Dios lo llama así: "Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo". Espiritualmente hablando, el que antes fuera orgulloso rey de Babilonia, había "salido de Babilonia". Aunque físicamente permaneciera allí, había cambiado de capital: ahora pertenecía a la Nueva Jerusalem, y allí lo encontraremos en el día anhelado.

Pero el capítulo 5 de Daniel, nos introduce otra escena, que tiene lugar unos 30 años más tarde. El protagonista es Belsasar, nieto de Nabucodonosor.

(vers. 1): Estaba "celebrando".

(vers. 1-4): La celebración consistía en una fiesta sacrílega en la que se profanaron con altanería y desafío los vasos de uso sagrado sustraídos del templo de Dios.

(vers. 5): aparece aquella mano misteriosa que escribe en lo encalado de la pared, y que hace que el rey se ponga a temblar (MENE MENE TEKEL UPHARSIN).

Una vez más se llama a Daniel para declarar el significado de aquel mensaje críptico que anunciaba precisamente la caída de Babilonia. Pero antes de eso, Daniel hizo saber a Belsasar cuál fue la causa de la caída:

(vers. 18-21): Daniel recuerda a Belsasar la experiencia de su abuelo, Nabucodonosor. Leemos en el vers. 20: "Mas cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció con altivez, fue depuesto del trono de su reino..."

(vers. 22 y 23): "Y tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto: antes contra el Señor del cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus príncipes, tus mujeres y tus concubinas, bebisteis vino en ellos..."

Belsasar empleó las cosas sagradas, dedicadas a dar gloria a Dios, para su propia gloria y exaltación. ¿Veis en qué consiste el vino que Babilonia ha dado de beber a todas las naciones? Es el vino de la exaltación del yo, el vino del engrandecimiento personal. Contra eso nos advierte el mensaje de los tres ángeles.

(vers. 30 y 31): "La misma noche fue muerto Belsasar, rey de los Caldeos. Y Darío de Media tomó el reino".

Y se cumplió Proverbios 16:18: "Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu".

En Apocalipsis 14:8 hemos leído que Babilonia ha dado de beber a todas las naciones su ideología, ese principio básico sobre el que opera Babilonia, y así, si vamos a la cadena profética que presenta la visión de Daniel junto al río Ulai (cap. 8):

(vers. 3 y 4): carnero (Medo-Persia): "engrandecíase"

(vers. 5-8): macho cabrío (Grecia): "engrandecióse"

(vers. 9-11): cuerno pequeño (Roma): "engrandecióse hasta el ejército del cielo", "aun contra el príncipe de la fortaleza se engrandeció".

En la visión junto al río Hidekel (cap. 10 y 11 de Daniel) se repite lo mismo:

Dan. 11:36, hablando de ese mismo poder, representado por el cuerno pequeño: "el rey hará a su voluntad, y se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre todo dios, y contra el Dios de los dioses hablará maravillas..."

O si lo preferís en el lenguaje del Nuevo Testamento (2 Tes. 2:3 y 4), "apostasía, hombre de pecado, hijo de perdición... se asiente en el templo de Dios como Dios, haciéndose parecer Dios".

Eso no es nuevo. Ya hubo uno en la historia, retrocediendo tan atrás como el registro bíblico nos lo permite, uno que quiso encumbrarse y ser como Dios. Naturalmente, esas intenciones iban camufladas bajo una apariencia de adoración a Dios.

Culto a Baal: el engaño (autoengaño?) de la adoración al yo, camuflada como adoración a Dios. Servicio al yo, presentado como servicio a Dios.

(Isaías 14:13 y 14): "Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo, en lo alto junto a las estrellas de Dios ensalzaré mi solio, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del aquilón; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo".

La primera torre de Babel no se edificó en esta tierra. Se edificó piso a piso en el cielo, en la mente de Lucifer, y eso sucedió junto al trono de Dios. Sabemos que se trata de la rebelión de Lucifer, pero ¿sabéis cómo lo identifica la Biblia? Vedlo en el versículo 4:

"el rey de Babilonia".

Satanás es el rey de Babilonia, y su principio fundamental es el amor y la exaltación del yo, que usurpa y ocupa el lugar de Dios. En el corazón de Babilonia está el "yo".

Mat. 16:21-24:

Cuando Jesús anunció a sus discípulos sus sufrimientos y su muerte, Pedro reconvino así al Señor: ¡no permitas que te suceda eso!, que es como decirle: ¡ámate a ti mismo! El Señor le respondió: "Quítate de delante de mí, Satanás". Luego añadió: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo". Pedro estaba siendo un instrumento del rey de Babilonia, y Jesús estaba virtualmente respondiendo: "Salid de Babilonia". Es el mensaje que repetirían los ángeles al apóstol Juan en Patmos, una vez que Jesús hubiera ascendido.

En 2 Tim. 3:2 leemos que en los postreros días vendrían tiempos peligrosos, debido a que habría hombres perversos, aunque con apariencia de piedad. Encabezando la lista, figura esta característica: "amadores de sí mismos". Los amadores de sí mismos tienen "apariencia de piedad", pero:

"El que se ama a sí mismo es un transgresor de la ley" (PVGM 323).

Todo el mundo vive hoy bajo ese principio, el de amarse a uno mismo, el de confiar en el yo, la búsqueda del beneficio propio, adular y recibir adulación, la promoción personal, el reforzamiento del "ego".

Eso no es monopolio de ninguna institución. Es un principio que nuestros primeros padres permitieron que Satanás introdujera en la raza humana, e infiltra nuestra propia naturaleza.

Encontrado en la Guía personal abreviada de procedimientos de un médico de guardia joven:

"Autoestima:

Soy consciente de que soy una [persona] [fabulosa]
Tengo grandes valores
Puedo conseguir lo que me propongo
Cuando llegue a la meta intentaré ser humilde
Pero ahora la inseguridad no me beneficia en nada.

Repetirlo cada 8 horas, 3 veces, frente al espejo".

La sociedad actual trata sus males con esa medicina, que podríamos llamar "extracto de Babilonia". El mundo en el que vivimos valora la afirmación personal, la confianza propia, el orgullo de sí, el amarse a uno mismo. La humildad y la negación del yo no son valores apreciados en el mundo competitivo de hoy. Lo digo con todo respeto: creo que el Señor Jesús no habría obtenido buenas calificaciones en las pruebas psicotécnicas que nos hacen cuando aspiramos a un puesto en el mercado del trabajo, porque parte de lo que valoran esos cuestionarios es nuestro amor al yo, y Jesús no se distinguió por eso, puesto que si se hubiera amado a sí mismo tenía tiempo para quedarse en el cielo, en lugar de venir a salvarnos.

Pero en Fil. 2:5-8, leemos:

"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios: sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición de hombre se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz".

La idea de Babilonia del amor y exaltación del "yo" es una perversión del sublime principio divino. Es un desafío al gobierno de Dios, gobierno que está basado en su carácter de amor abnegado, un amor que se humilla, que no duda en sacrificarse. Vemos la negación del yo manifestada en el don eterno de su Hijo unigénito a los hombres, el principio de la cruz que caracteriza al evangelio eterno. Es lo contrario a la torre de Babel: no trepa, sino que desciende (condesciende). Leemos en 1 Cor. 13:5 que "el amor...no busca lo suyo".

El mensaje de los tres ángeles pone en contraste la adhesión a ese principio del amor abnegado de Dios, versus la aceptación del principio satánico: esa perversión en la que el amor confunde su objeto, y en lugar de amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a sí mismo, se ama uno a sí mismo. Es la complacencia del "ego", el egoísmo, el engrandecimiento del yo. Todo ídolo y toda idolatría es en realidad una forma de adoración al "yo", y debido a la paternidad de ese principio, es una forma de adoración a Satanás.

*Marca de la bestia: principio de la exaltación del yo (Apoc. 13:8).

*Sello de Dios: principio del amor abnegado, principio de la negación del yo, principio de "la cruz" (Apoc. 14:1).

CBA vol. 7, Comentarios de E. White sobre Apoc. 7, que trata del sello de Dios:

"¿Qué es el sello del Dios viviente que se coloca en las frentes de los suyos? Es una marca que pueden leer los ángeles, pero no los ojos humanos, pues el ángel destructor debe ver esa marca de redención. La mente inteligente ha visto la señal de la cruz del Calvario en los hijos y las hijas que el Señor ha adoptado" (p. 980).

¿No tiene que ver con el sábado, y el domingo como falso día de reposo? –Ciertamente.

*Domingo: hijo de una institución humana que, en demostración de su propia exaltación y autoridad, cambió el verdadero día de reposo y adoración instituido por el Señor, poniendo en su lugar uno falso instituido por el hombre (de pecado) en homenaje al sistema religioso que representa. Es una perfecta expresión y símbolo de la exaltación del yo, del "engrandecimiento" humano. Leemos en Daniel 7:25: "hablará palabras contra el Altísimo... pensará en mudar los tiempos y la ley", y en 8:9 y 10: "engrancedióse hasta el ejército del cielo... aún contra el príncipe de la fortaleza se engrandeció".

*Sábado: es el reposo del creyente, el reposo de la fe en la obra perfecta del Señor Jesús, en la creación y en la redención. No es la exaltación de la obra del hombre, puesto que la institución del sábado como día de reposo no es obra del hombre, sino de Dios. Quien guarda el sábado de Dios expresa su humildad al poner toda su confianza en la obra de Dios. El sábado es el perfecto símbolo de la entrega y sumisión del creyente a su Creador y Salvador Jesús. Quien guarda el sábado del Señor, da fe de que su salvación es por la sola gracia, y la recibe por la sola fe, de acuerdo con lo que dice la sola Escritura.

En el terreno espiritual, la expresión máxima de la exaltación del yo es la salvación por las obras, en sus innumerables versiones, casi todas ellas pretendiendo ser "justificación por la fe". Por contraste, la auténtica justificación por la fe en el Redentor lleva el sello de la cruz, y es lo opuesto a la exaltación del yo propia de Babilonia. Es la humildad, en contraposición con el orgullo.

"Varias personas me han escrito preguntando si el mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y les he respondido: ‘Es ciertamente el mensaje del tercer ángel’" (Ev 143).

"¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que este no puede hacer por sí mismo" (TM 456).

La justificación por la fe abate en el polvo la gloria del hombre, mientras que Babilonia edifica el "ego" para gloria del hombre.

¿Significa lo anterior que en el reino de Dios desaparece la autoestima? No. Pero tiene un sentido distinto: tiene como única base el que hemos sido creados y redimidos por Cristo –es decir, el amor que Dios tiene por nosotros-, y eso no nos distingue, no nos exalta, sino que nos hace iguales a todos los componentes de la raza humana. Cuando basamos nuestra autoestima en algo que nosotros hemos logrado, en algún pretendido mérito personal que nos distingue de otros, en ese punto tenemos el mismo problema que hizo que Lucifer se convirtiera en Satanás, aunque no lo estemos repitiendo cada 8 horas delante del espejo, y aunque estemos al lado del altar de Dios. Estamos confiando en la carne, y necesitamos hacer lo mismo que nuestro padre Abraham, uno de los primeros que oyó el mensaje: "sal de Babilonia" (Ur de los caldeos), y aprendió a vivir humildemente en la senda de la fe, desconfiando de la carne y confiando enteramente en toda palabra que sale de la boca de Dios.

Terminamos con la lectura de un fragmento de la predicación de uno de los pastores que el Señor eligió para presentar el mensaje de la justificación por le fe en el contexto del tiempo del fin, tal como aparece en el General Conference Daily Bulletin nº 18, p. 129 -Asamblea de la Asociación General de 1893-. Es una alegoría del gran Día que esperamos:

"En ese día habrá dos grupos. Ante la puerta cerrada, algunos querrán entrar, y dirán: -'Señor, ábrenos; queremos entrar'. Alguien les preguntará: '¿Qué habéis hecho para entrar aquí? ¿Qué derecho tenéis para entrar en la heredad?'

-'Te conocemos bien. Hemos comido y bebido en tu presencia; tú has enseñado en nuestras calles. Sí. Además, hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre hemos echado demonios, y hemos hecho muchas maravillas. Señor, ¿no es esa evidencia suficiente? Ábrenos la puerta'.

¿Cuál es la respuesta? "Apartaos de mí, obradores de maldad". ¿Cuáles fueron sus razones? Nosotros hemos hecho muchas y grandes cosas. Nosotros somos buenos. Nosotros somos justos. Ábrenos la puerta.

Pero allí de nada vale el 'nosotros'.

Habrá otra compañía en ese día, una gran multitud que nadie puede contar, de entre toda nación, tribu, pueblo y lengua, dispuesta a entrar por las puertas. Y si alguien les pregunta, '¿Qué habéis hecho para entrar aquí? ¿Qué derecho tenéis para entrar en la heredad?', su respuesta será:

-Oh, no he hecho nada en absoluto para merecerlo. Soy un pecador, dependiendo sólo de la gracia del Señor. Era tan desgraciado, tan rematadamente cautivo, estaba en tal esclavitud, que nadie hubiese podido librarme, excepto el Señor mismo; tan miserable que todo cuanto podía hacer era tener al Señor siempre a mi lado para consolarme; tan pobre fui que tuve que pedir constantemente al Señor; tan ciego que sólo el Señor pudo hacerme ver; tan desnudo que nadie pudo vestirme, sino el Señor mismo: Todo cuanto puedo aducir es lo que Jesús ha hecho por mí. Pero el Señor me ha amado. Cuando en mi desesperación clamé, él me libró; cuando en mi miseria busqué amparo, él me consoló sin cesar; cuando en mi pobreza le pedí, él me dio riquezas; cuando en mi ceguera le pedí que me mostrara el camino, él me llevó a todo lo largo de la senda, y me hizo ver; cuando estuve tan desnudo que nadie podía vestirme, me dio este manto que llevo puesto; y así, todo cuanto puedo presentar, lo único que me permite la entrada, es nada más que lo que él hizo por mí. Si eso no es suficiente, entonces me quedaré sin entrar, y eso me parecerá justo. Si soy dejado fuera, no tengo ninguna queja que hacer, pero ¡Oh!, ¿acaso eso no me dará entrada en la heredad?

Pero una voz dice: 'Hay personas muy particulares aquí, y querrían estar satisfechas con cada uno de los que entren aquí. Tenemos a diez examinadores. Cuando consideran a un hombre y dan el visto bueno, entonces puede pasar. ¿Estáis dispuestos a que examinen vuestro caso?' Entonces responderemos: -‘Sí, sí. Estoy dispuesto a pasar el examen que sea necesario, puesto que incluso si soy dejado fuera, no tendré queja alguna: dejado a mí mismo, estoy perdido de todas maneras'.

'Está bien, llamaremos a los diez'. Al llegar estos, exclaman: -‘Sí, estamos perfectamente satisfechos con él. La liberación que obtuvo de su esclavitud es la que trajo nuestro Señor; el consuelo que siempre tuvo, y que tanto necesitó, es el que dio nuestro Señor; las riquezas que posee, todo cuanto posee, pobre como estaba, es lo que nuestro Señor le dio; y la vista que recibió en su ceguera, es la que el Señor le dio, y sólo ve lo que es del Señor; y desnudo como estaba, esta vestidura que lleva es la que el Señor le dio: el Señor la tejió, es toda ella divina. Es sólo Cristo. Sí. ¡Que entre!’

[En ese momento, de forma espontánea, dos o tres en la sala se pusieron en pie, y comenzaron a entonar un himno, al que toda la congregación se añadió en seguida. La letra dice así: "Jesús pagó el precio / todo lo debo a él / el pecado había dejado una mancha carmesí / él la hizo blanca como la nieve"]

Entonces, hermanos, sobre las puertas se oirá una voz como el canto más dulce que se pueda imaginar, la voz llena de simpatía y compasión del Salvador, diciendo: ‘¡Venid, benditos de mi Padre! ¿Por qué estáis fuera?’ Y las puertas se abrirán de par en par, y "de esta manera os será concedida amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Ped. 1:11).

Amén.


Por L.B

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Gracias por el estudio. Hay cosas que no me cierran mucho, pero igual es muy interesante. Voy a buscar (por la red) la versión de los católicos, ver qué tienen ellos que decir y sacar mis conclusiones. Muchas gracias otra vés.

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